
Sin duda, las tecnologías de captura y almacenamiento de CO2 en plantas energéticas, conocidas bajo las siglas CCS, por su denominación en inglés “carbon capture and storage”, son actualmente una atractiva solución a las emisiones de CO2. Especialmente, en el caso de las centrales eléctricas que usan combustibles fósiles como el carbón o el gas.
En este sentido, la Comisión Europea ha lanzado una convocatoria de licitación pública para desarrollar una red de proyectos piloto de las mencionadas tecnologías.
En el ámbito privado, ya disponemos de un proyecto pionero y revolucionario, puesto en marcha en el mes de Septiembre del corriente, por la empresa sueca Vattenfall en la pequeña ciudad de Schwarze Pumpe, al este de Alemania. Para construir la planta destinada a la captura y almacenamiento de CO2, la empresa ha invertido cerca de 70 millones de euros.
Este proyecto ha sido denominado por la propia empresa como “una nueva era de la sociedad industrial”. La planta piloto con captura y almacenamiento de CO2, ha sido construida junto a la central que durante años ha venido vertiendo al aire toneladas de humos sulfurosos por la quema de lignito. La misma se basa en la llamada tecnología de combustión oxifuel (oxigeno y material combustible).
Dicha tecnología se lleva a cabo inyectando oxígeno puro en las calderas y después de ponerlas a funcionar se introduce el carbón mineral (lignito). Es decir que el carbón se convierte en calor por medio de oxígeno puro como oxidante para producir principalmente vapor de agua y dióxido de carbono. De manera que en lugar de realizar la combustión con aire, se quema el combustible con oxígeno puro y unos gases de escape que recirculan. Con la descondensación de las emisiones residuales es posible separar el dióxido de carbono de los gases y, aplicando alta presión, convertirlo en material líquido. El objetivo es separar o "capturar" el dióxido de carbono generado durante este proceso, licuarlo y transportarlo a zonas de almacenamiento a cientos de metros bajo la superficie terrestre. Todo ello permite la producción de electricidad, a partir de la conversión del carbón, casi libre de emisiones de CO2, pues el dióxido de carbono licuado se transporta con camiones unos 250 Km. al noroeste, donde se inyectaran a 3.500 metros bajo tierra en una bolsa de gas vacía, en Altmark. El proyecto ideal establece que en el futuro el transporte se haga por gaseoductos hasta el subsuelo.
Si bien la planta piloto es pequeña, ya que genera unos 30 MW, Vattenfall sostiene que en 1000 años sólo saldrá a la superficie un porcentaje inferior al 1% del gas enterrado. Es por ello que los grandes consorcios energéticos alemanes, como RWE y EON, planean construir 25 nuevas centrales. La compañía va a realizar un programa inicial de prueba de tres años, y con la información obtenida aumentarán la producción hasta los 300-500 MW para 2015 y llegarán a los 1000 MW con una planta comercial poco más tarde del 2020. La planta estará funcionando durante 10 años, con lo que la empresa Vattenfall espera obtener la experiencia necesaria, para a partir del 2020 explotar esta tecnología en centrales eléctricas en plena producción.
Cabe destacar, que el almacenamiento de CO2 puede ser en depósitos mineros no explotados, en acuíferos salinos profundos o en reservorios petroleros agotados. Esta última alternativa, los campos petroleros ya agotados, es una opción que comercialmente está siendo implementada en muchos lugares, en virtud de que el CO2 extraído es utilizado para inyectarlo y hacer posible la recuperación mejorada en los reservorios abandonados, posibilitando la extracción de más hidrocarburos. Aunque también el proyecto Sleipner, un yacimiento que se encuentra en el Mar del Norte, aproximadamente 250 kilómetros de Stavanger, Noruega y operado por la mayor compañía petrolera Noruega, Statoil, es el primer ejemplo comercial del almacenamiento de CO2 en un depósito acuífero salino profundo. Dicho yacimiento produce gas natural y condensado (petróleo liviano) a partir de las areniscas de Heimdal que se encuentran aproximadamente 2500m por debajo del nivel del mar.
El organismo internacional de energía calcula que para el año 2050 las tecnologías CCS podrían representar el 20% de las disminuciones de gases de efecto invernadero, pese a lo cual, Greenpeace se ha manifestado en contra de las mismas. Dicha organización sostiene que las emisiones de gases de efecto invernadero deben empezar a disminuir desde el 2015 y que esperar hasta el 2050 sería arriesgado. Asimismo se opone a la tecnología CCS por el derroche de energía utilizado en el proceso y por considerar que no está garantizado que el almacenamiento del CO2 sea seguro y permanente, argumentando que cualquier fuga puede afectar el aire, el agua subterránea y el suelo. Conviene señalar que las reservas de petróleo y gas agotados suelen ser las mejores características de almacenamiento disponibles. Aunque es cierto, que los múltiples agujeros y pozos taladrados para encontrar y extraer petróleo y gas aumentan el riesgo de fugas de almacenamiento.
Esta tecnología, a mi entender, debe verse como una buena solución a la contaminación del planeta y sus consecuencias en el cambio climático, al menos mientras la energía nuclear y las energías renovables no resuelvan el gran problema de lograr una inversión económica rentable y un suministro seguro, como lo es el carbón y el gas. Mientras se produce este proceso, al menos podremos saber con certeza si este proyecto es económicamente viable, si puede finalmente garantizarse el almacenamiento seguro de CO2 y si puede convertirse en una medida eficaz para mitigar el cambio climático.